domingo, 3 de noviembre de 2013

La Carta

Yo en mi rancho
Desde muy pequeña, entre 1 y 13 años, solía pasar mucho tiempo en el rancho de mis abuelos paternos, ahí pasé los momentos más felices de mi infancia con la persona que más ha impactado mi vida: mi abuelo Tirso, maquinista de tren de profesión, agricultor por convicción. 
Don Tirso, como lo llamaban todos en el pueblo y sus alrededores, era una persona poco común, el tipo de persona que todos quieren: bonachón, siempre con una gran sonrisa, quemado por el inclemente sol en el campo y el frío, bien vestido.


Y así, Don Tirso marcó mi vida con su presencia, se la pasaba retando mi mente con preguntas y metiéndome el “gusanito” de la investigación o el porqué de las cosas, preguntándome qué quería ser de grande.


Sin ser una persona consentidora prácticamente me daba gusto en todo, en pocas palabras, hacía todo lo posible para verme feliz y constantemente evolucionando y aprendiendo, descubriendo la vida. 


Don Tirso en su rancho
a las faldas del Popocatépetl
Hasta que un enero de mis 13 casi 14 años, recibí la triste noticia de su fallecimiento, la última vez que lo vi había sido la Navidad previa, entero, sin rastro de enfermedad alguna, como siempre con ese pasito que lo caracterizaba al caminar.

Estuvo un mes desahuciado en el hospital y no me lo creía, el cáncer se lo llevó, sólo así. Recuerdo que no pude derramar una sola lágrima hasta por ahí de los 20 años de edad.

Después de un tiempo comprendí que el no haberlo visto en cama, siendo solo la sombra de lo que alguna vez fue, había sido lo mejor puesto que una de las últimas imágenes que tengo de él es haciéndome una broma en navidad ¡cómo se rió esa vez.

Esa fue la lección más importante que me dejó: recordarlo siempre de esa manera, como un ser alegre, de gran arrastre por su comportamiento recto, amoroso, dadivoso, paciente y misericordioso. 


Mi hijo Eliab
Ahora cuando veo a mis hijos, sólo puedo pensar en la manera de dejar este mismo legado a ellos. Los tiempos, las costumbres, todo cambia y deseo que los míos se queden con lo mejor así como mi abuelo hizo conmigo.


De tal manera que hace tres años decidí escribirle estas líneas, a mi hijo mayor Eliab, a quien pedí que leyera en voz alta, sin avisarle de qué se trataba, para que pusiera atención sin la carga emocional que podría llevar al saber que era algo de mí para él:


“Te dejo esta carta hoy que vivo para que cuando ya no esté no visites mi tumba para estar conmigo, acompáñame y caminemos; no me hables en tus oraciones, mejor platícame que hay en tu cabecita; para que no me traigas viandas que no podré comer, siéntate aquí junto a mí y comamos juntos.

Mírame ahora, grábate mi rostro, mis ojos, mis muecas, mis sonrisas y así cuando te veas reflejado, en tu mirada encuentres la mía y no tengas que ver una foto para recordarme. 

Escúchame cuando te hablo, para que la añoranza no contriste tu corazón y busques en las canciones mi voz. 

Si tenemos algo que decirnos, hagámoslo, no esperemos a que alguno ya no pueda escuchar. Ya no te preocupes por mí, lo que tenga que hacer haré y lo que haya que dejar aquí se quedará.
Mejor será sembrar en cada uno de los que nos rodean algo que no sólo puedan recordar sino que los marque, que puedan vivirlo, que toque a otros, transforme pensamientos y una a todos en un gran abrazo.

Avanza siempre, da más de lo que te pidan, no te conformes nunca, busca hacer el bien, ayuda a otros, anima sus vidas, ama mucho, disfruta todo, cómete tus verduras, ríe hasta que te duela la pancita y las lágrimas recorran tus mejillas; toma agua, duérmete temprano sin dejar de ver el amanecer cuando así lo necesites, pide todo por favor y da las gracias, huele las flores, hornea un pastel, juega a la pelota con el perro, come helado cuando haga frío, lee muchos libros, escucha música, baila con tu hermana, cuida tu jardín, da gracias todos los días.

Pero lo más importante, no lo hagas solo, ¡hagámoslo juntos!
Porque cuando me vaya, nada más podré hacer por ti y cuando te vayas nada más podrás hacer por los demás…, sólo quedarán estos momentos que ahora tenemos y que vivirán por siempre dentro y fuera nuestro aunque ya no nos tengamos el uno al otro.


Es hoy y es ahora...
Te amo con todo mi corazón: Tu mamá."

viernes, 2 de agosto de 2013

Ajustes y más ajustes.


(A ver si lo leen hasta el final. Está larguito jajajaja)
(si te gusta ¡compartelo!)

     
En mi trabajo, sucede mucho que hay que hacerle cambios o ajustes a la propuesta gráfica presentada, generalmente, hasta que al cliente le guste. Conozco mi trabajo y me encanta de tal manera que siempre trato de ofrecerle a mis contratantes el mejor y más acertado diseño según mi conocimiento y técnicas aprendidas durante la escuela, en actualizaciones y sobre todo, en la experiencia, para poder, finalmente, ofrecer la opción más adecuada y que cumpla con los requerimientos que así me fueron solicitados, y por qué no decirlo, también de acuerdo al precio acordado. No se trata de hamburguesa con queso y sin queso pero, siempre es bueno marcar una media para que cliente y diseñador acabemos contentos.

Platicando con un amigo, hablamos de que la vida nos lleva a ajustes que a veces no estamos dispuestos a asumir y queremos que nuestra propuesta de vida sea la que "gane" en este sentido. No quiero decir con esto que no debamos planear y ponernos objetivos, desear una vida en particular que es la que más queremos y la cual no debe ser propiamente nuestra meta como tal, sino lograrlo antes del final para poderla disfrutar como tanto hemos querido. Pero, si, hay no un pero sino muchos, es difícil que todo nos salga a la primera. Siempre habrá por ahí situaciones que nos alteren, muevan o modifiquen nuestro Plan de Vida y a las que debemos estar abiertos y dispuestos a enfrentar, resolver o aceptar, si este es el caso.
No te pelees con la perilla, si no abre la puerta, busca la llave, si no la tienes, esfuérzate hasta que lo logres inclusive, si tienes que tirarla a patadas, ¡hazlo!, PERO, (si aquí viene uno de esos "peros") ASEGÚRATE QUE LA PUERTA TENGA TU NOMBRE.

Sí, así es, no intentes abrir una puerta que no es para ti porque una de dos, o no serás feliz entrando ahí o simplemente morirás en el intento y nunca lograrás abrirla. Como comenté hace algunos meses, llegué a la completa convicción de que yo vivía montada en un carrito de "Montaña Rusa" y como no me gustan, me la pasaba en la queja muchas veces, hasta que me di cuenta de que si ya estaba ahí porque era el lugar en el que necesitaba estar para poder llevar a cabo mi propósito lo mejor que podía hacer era: levantar mis manos, sentir el viento en mi rostro ¡y disfrutar del panorama!

¿A qué voy con todo este rollo? Muy fácil, a que seamos personas capaces de adaptarnos a los cambios, abrir nuestra mente hacia el abanico de posibilidades que tenemos enfrente y seamos sabios y astutos al escoger nuestro camino y lo más importante: a ser felices durante el proceso. Disfruta la lluvia, el viento, el frío, la sequía, el calor, la compañía y hasta la soledad.
No esperes a "Llegar a la Meta" para estar contento y disfrutar de la vida, ¡DISFRUTA DEL CAMINO! pero, (¡sí otro pero!), nunca-nunca-nunca RENUNCIES A TUS SUEÑOS.

Cuídate mucho por favor, y como dice mi amiga Maggie de Chile: les envío cariños. 
Angélica.

Verbo viviente

  ¿Qué he aprendido en este 2021 que casi termina?      Que nadie sabe el día o la hora. Que tenemos que estar al día, sin pendientes que re...